Imprimir esta página

EL ESTADO DE LA CONCORDIA

La Constitución española de 1978 ha sido designada, entre otras denominaciones apropiadas, con una que ha tenido particular fortuna: “la Constitución de la concordia”. Es esta, en efecto, una fórmula que expresa con particular acierto su espíritu y su impulso más profundo. Porque la Constitución de 1978 no es sino la materialización jurídico-política del encuentro entre los españoles, que artísticamente inmortalizara Juan Genovés en su célebre lienzo “El abrazo”, considerado hoy con todo merecimiento como el icono mismo de la Transición.

En efecto, la Constitución de 1978 puso fin a las disputas seculares que nos habían enfrentado a los españoles durante siglos.

La Constitución fue la primera de nuestra Historia reciente que no fue resultado de la imposición de una parte de los españoles a la otra, sino fruto de un amplio acuerdo social y político entre tantos ciudadanos que deseaban abrir una nueva etapa, sin bandos de ninguna clase, sin vencedores ni vencidos.

La Constitución supo, asimismo, armonizar la unidad de España con las legítimas aspiraciones de autogobierno de las nacionalidades y regiones y con el reconocimiento de su identidad diferenciada.

La Constitución, en fin, supo sentar las bases de un nuevo marco de convivencia en el que habría un espacio para todas las opciones políticas, ideológicas o religiosas. De un edificio en el que, como dijera el Presidente Adolfo Suárez en uno de sus más célebres discursos parlamentarios, habría una habitación cómoda y confortable para todos y cada uno de los españoles.

Pero resaltar hoy la concordia, como mensaje central de la Constitución de 1978, no tiene como sentido evocar con nostalgia el clima social y político de la España de la Transición ni los buenos deseos que animaron a los líderes políticos de aquel momento histórico.

Por el contrario, es preciso poner de relieve que la concordia es, ha de ser, una actitud permanente.

Al cumplirse el 25 Aniversario de la Constitución española, uno de los miembros de la Ponencia Constitucional, Miquel Roca i Junyent, escribió que Constitución de 1978 no sólo se había hecho desde el consenso, sino también para el consenso.

Naturalmente, ello no excluye en modo alguno la existencia de un intenso debate político y social entre quienes propugnan soluciones distintas a los problemas. Por el contrario, el pluralismo político, que la propia Constitución eleva a la categoría de valor superior de nuestro ordenamiento jurídico, comporta el reconocimiento de la legitimidad de la discrepancia, de la confrontación de opiniones, de la crítica, de la denuncia de los comportamientos irregulares o desacertados. Pero la voluntad de concordia que, insistamos de nuevo, es la esencia de nuestra Constitución, obliga al menos a tener siempre la puerta abierta al diálogo con quienes defienden posiciones diferentes e incluso contrarias; obliga a tener una sincera y permanente disposición al acuerdo y al pacto en torno a los retos fundamentales que plantea cada momento histórico. Y obliga, sobre todo, a que, del mismo modo que los españoles de 1978 compartieron el proyecto común de construir una sociedad democrática avanzada, los españoles de hoy nos encontremos también unidos en torno a las grandes metas que debemos conquistar todos juntos.

Desde hace algunos años advertimos con preocupación, sin embargo, que esa voluntad de concordia ha desaparecido prácticamente por completo del panorama político español. Es extraordinariamente difícil que las dos principales formaciones políticas dialoguen con sinceridad y alcancen acuerdos sustanciales. La disposición al diálogo y al acuerdo han dejado paso a la hostilidad y el enfrentamiento permanente. La crispación se ha hecho presente con inusitada virulencia en nuestra vida social y en el debate cotidiano. El clima político y social parece caracterizarse nuevamente, como en otros tristes momentos de nuestra Historia contemporánea, por el frentismo y la división de la sociedad en bandos irreconciliables.

Son estas inquietudes las que nos han llevado a dar un paso adelante y poner en marchala asociación que ahora presentamos. El Centro Acuerdos y Encuentrosse constituye como una iniciativa social para impulsar, explicar y prestigiar el acuerdo en torno a las prioridades de España. Queremos contribuir a la recuperación de una convivencia social y política en la que, como sucediera hasta hace no muchos años, la crítica y la confrontación ideológica sean siempre compatibles con el sincero respeto al adversario. En la que las formaciones políticas mayoritarias y los agentes sociales y económicos sean capaces de reflexionar juntos, de dialogar con sinceridad y de alcanzar acuerdos en torno a los grandes retos que nos depara el futuro. Hacemos un llamamiento, pues, a desterrar la crispación y la fractura y a tejer alianzas transversales que, desde el pluralismo y la divergencia, hagan posible sin embargo estar unidos en torno a los grandes desafíos colectivos.

La grave emergencia sanitaria que hemos padecido recientemente nos ha transmitido nuevamente una lección que nunca deberíamos olvidar: sólo estando unidos somos capaces de superar los obstáculos más graves y de afrontar los retos más decisivos. Una vez superada la crisis más profunda que habíamos vivido desde los comienzos de nuestra democracia, aprovechemos esta oportunidad para restaurar para siempre la concordia.